Acerca de Iñaki Gorostidi

Me presento. Entendiendo que este mundo de Internet tiene una componente importante de ‘exhibicionismo público’ voy a romper una lanza en su favor, frente a los prejuicios endémicos e históricos de todo ‘buen vasco’ que siempre se ha escondido detrás de las cortinas evitando sacar demasiado la cabeza, no fuera que el vecino le diera un repaso. Llegué al mundo de la comunicación de forma decidida y buscada al reconocer que el olor a taladrina y viruta de las plantas de producción mecánica, que el buzo azul grasiento y el bocadillo de las nueve, no eran lo mío. No en vano, acabé mis estudios de Técnico especialista en la Rama del Metal tras cinco años en dos colegios de FP. Pero el periodismo me atraía desde que fui teniendo ciertas dosis de sentido común. Desconozco o no recuerdo cuáles fueron los referentes que me empujaron a ello. Hice mis primeros ‘pinitos’ en el periodismo mientras cursaba la carrera de Ciencias de la Información en la Universitat Autónoma de Barcelona (Bellaterra), colaborando para medios de comunicación de Euskadi, como corresponsal ‘free-lance’. Eran tiempos de ilusión y emoción. No tocaba pedir sino demostrar que uno podía ser válido en esas aguas. Tras alrededor de 12 años de hacer periodismo ‘directo’ para y en diferentes medios en Barcelona, Madrid y Euskadi, y sin pretenderlo ni buscarlo, me subí a un nuevo barco desconociendo que aquello implicaba tomar un rumbo radicalmente diferente, si bien, seguía siendo un ‘afluente’ de la comunicación. Me embarqué en el Departamento de Industria, Comercio y Turismo del Gobierno Vasco. Era el año 2000. Durante tres años y medio trabajé como responsable de prensa. El día que cumplí 36 años me nombraron Director de Gabinete de dicho departamento. Duró un año y medio. Presumo de haber decidido por mi cuenta y riesgo poner fin a una etapa sin la cual no se puede ya entender mi vida. Huelga decir los porqués y adjuntar adjetivos para calificarlo. En resumen, hay un antes y un después de aquella experiencia. Decepcionado absolutamente por el ejercicio de la profesión periodística en Euskadi, los 5 años de trabajo en el Gobierno me abrieron las miras y me descubrieron un mundo para mí desconocido que me daba pie a poder seguir el camino de la comunicación por una senda diferente. Digamos que me monto en otro barco. La operación era simple: “creo que conozco la dinámica y las rutinas de producción de los medios, no quiero volver a ellos, he descubierto cómo funcionan los hilos de los estamentos generadores de la información y la comunicación; por lo tanto, busco un hueco en medio, haciendo de puente entre unos y otros”. Y así empezó otra nueva etapa a finales de 2005. 3 años después llegaría GUK, un proyecto que aglutina toda la experiencia y todas las vivencias vividas desde que en 1988 decidiera ‘dar el salto’, abandonar mi pueblo, e irme a Barcelona.

¡No me ignore, señor!


Captura de pantalla 2013-02-10 a la(s) 19.49.27 Siempre he pensado que probablemente es uno de los mayores desprecios que alguien te puede hacer: que no te vea, aunque estés delante, que no repare en ti, que no advierta tu presencia…, que te ignore. Lo he vivido en propia carne en alguna ocasión, si bien lo he sufrido de verdad viendo como una persona supuestamente muy inteligente y muy reconocida lo hacía con un colega muy estrecho.  Y, lo peor de todo, yo mismo lo he practicado en alguna ocasión, quizá en más de una. Y en una ocasión fui ‘zarandeado’ por un niño que con una vocecita angelical me lo restregó directamente.

Sucedió en el año 2002 en la antigua capital Inca, Cuzco, más conocida como la ‘Roma de América’ por la cantidad de monumentos históricos que posee, muchos de ellos construidos a partir del saqueo sometido por los conquistadores españoles a la ciudad inca de Sacsayhuamán, una fortaleza ceremonial a unos 2 kilómetros de Cuzco y a casi 4.000 metros sobre el nivel del mar.

Captura de pantalla 2013-02-10 a la(s) 19.51.39Nos encontrábamos en una de sus calles más características, denominada Hatun Rumiyoc (de la roca mayor), que une la Plaza de Armas  con la Plaza de Santa Clara. Característica porque acoge un singular muro -que sostiene al actual Palacio arzobispal, antiguamente Palacio del Inca Roca- construido a partir de algunas piedras –de tamaños colosales- de la histórica ciudad de Sacsayhuamán, entre ellas una roca de doce ángulos milimétricamente encajada en un puzzle que difícilmente lograríamos con la tecnología e ingeniería contemporánea. La construcción de Sacsayhuamán, como la de Ollantaytambo (Valle Sagrado), las líneas de Nazca o la ciudad antigua de Machu Pichu, entre otras, son algunas de las maravillas de la ingeniería inca desarrolladas en la zona entre los siglos XIII y XVI.

La calle Hatun Rumiyoc, lógicamente, es uno de esos destinos obligados en Cuzco y, cómo no, está poblada de niños que ejercen de improvisados guías turísticos recitando de carrerilla la historia y las peculiaridades técnicas del muro inca que sostiene el actual Palacio arzobispal, aportando un punto de ironía punzante a sus explicaciones: “esta pared la construyeron los incas, y esta otra -justo en frente, un edificio de una época posterior, de construcción más convencional-, los incapaces”.  Los incapaces, lógicamente, eran los españoles conquistadores. Un síntoma en definitiva de la autoafirmación de la identidad de los peruanos frente a la huella dejada por los conquistadores españoles, Francisco Pizarro y ‘cuadrilla’.

No es fácil imaginar la cantidad dCaptura de pantalla 2013-02-10 a la(s) 19.53.29e niños que pueden abordarte e invadirte durante el paseo agradable por esta concurrida calle mientras contemplas con asombro cómo pueden encajar aquellas majestuosas rocas de forma tan milimétrica, lo que provoca el habitual hastío y cansancio de quienes pasean por el lugar, que pueden acabar siendo muy descorteses y muy irrespetuosos con los propios niños que reclaman su atención a cambio de una pequeña limosna.

Uno de los niños, con ojos ávidos y mirada de travieso, que no levantaba un palmo del suelo, agarró mi pantalón y tiró de él con toda la fuerza que podía, reclamando mi atención y reprochándome que me hiciera el despistado: “¡No me ignore, señor, por favor, no me ignore!”, me espetó provocando en mí una onda impresión, una bofetada directa, una reprimenda a nuestros ademanes altivos y egoístas, que nos hacía discurrir un palmo por encima del contexto social y humano que nos rodeaba, como si fuéramos seres venidos de otro planeta.

Captura de pantalla 2013-02-10 a la(s) 19.50.47“¡No me ignore, señor, por favor, no me ignore!”… Ufff!!! Enésima lección de un niño a un adulto. Nunca podrá imaginar aquel niño de nombre incierto que su reacción sincera y no premeditada pudiera generar el impacto que generó, que diez años después continúe apareciendo con fuerza cada vez que intuyo que alguien a mi alrededor incurre en un comportamiento similar.  Yo aquel día aprendí por boca de un niño que todos nos merecemos un mínimo de respeto y consideración en esta vida…, aunque algunos no se den por aludidos.

Sólo una sonrisa


Captura de pantalla 2013-02-04 a la(s) 21.46.52Era una mañana de domingo, principios de agosto, a inicios de este nuevo milenio,  el calor húmedo llegaba a ser insufrible, claustrofóbico, no te daba ni un instante de tregua, no podías driblarle y buscar un resquicio de aire fresco…, salvo que te encerraras en algún hotel o alguna galería comercial, donde perfectamente podías vivir una sensación radicalmente opuesta y abrazarte a una monumental pulmonía. India. No hay término medio.

Era nuestra primera incursión en este sub-continente asiático, habíamos llegado en la madrugada al aeropuerto de Delhi y un viejo Embassador nos había trasladado hasta el hotel, sorteando uno y mil indios que dormitaban en las aceras, en el asfalto, en los rickshaws, en los lugares más inapetecibles y extraños que uno puede imaginar. El primer impacto que genera la India, y sobre todo si aterrizas de noche, es realmente desolador, estresante, decepcionante, aterrador.

No sabíamos donde estábamos…, en algún lugar de Delhi, una ciudad con muchos millones de habitantes –dicen que entre 15 y 20- y un número indeterminado de personas que nunca han pasado por un registro oficial…, pero que habitan en esta ciudad, como sucede en tantas otras de India.

Por la mañana, tras el desayuno, decidimos tomar un rickshaw hasta otro punto indeterminado de la ciudad donde nos esperaban unos amigos que habíamos conocido durante el trayecto hasta la India. Sólo queríamos encontrarnos con ellos para buscar una compañía cómplice en el primer día de una ciudad hostil y agresiva. La única referencia del destino era el supuesto nombre del Hotel –que nos lo habían proporcionado justo después de desayunar en una conversación telefónica-, en las inmediaciones de Old Delhi, cerca del bazaar principal y de la Estación de trenes. Aparentemente sencillo. Le dimos la dirección al conductor del moto-rickshaw, negociamos el precio y emprendimos el trayecto. Una mano protegía el equipo fotográfico y la otra sostenía una toallita con la que nos secábamos el sudor que en mi caso se convertía en un torrente de dimensiones incalculables. Jamás hubiera imaginado que mi cuerpo pudiera desprender tanto líquido.

Captura de pantalla 2013-02-04 a la(s) 21.44.08La mirada sobrecogida no podía asumir todo el caudal de sensaciones que íbamos teniendo en el trayecto, yo trataba de proteger a mi pareja del vértigo y el rechazo inicial intentando contextualizar y relativizar lo que acontecía delante de nuestros ojos: niños desnudos, malnutridos, buscando alimentos en escombreras urbanas, entre cerdos y ratas, personas adultas desfallecidas en el suelo suplicando una ayuda, ‘restos’ humanos cargando sobre sus mochilas enfermedades muy poco complacientes, leprosos,  poliomielíticos…,

 Delhi es una ciudad dura, desagradable, exigente…, sus calles son una riada de vacas sagradas, rickshaws, bicicletas, motos, vehículos pequeños, vehículos mas grandes, autobuses, viandantes, todo ello aderezado por el crujir incansable del claxon de todos ellos. La India es impensable sin el ruido atronador, continuo y constante, de las bocinas. Es un lenguaje igual de incomprensible que las miles de lenguas que pueden habitar en el país, es un sistema de comunicación imprescindible para todos los conductores, con unas normas y unas reglas que entienden y aceptan unos y otros. Y tu solo esperas que algún día se callen, por un instante…

 El moto-rickshaw seguía haciendo kilómetros abriéndonos a los ojos un mundo desapacible, injusto, cruel, pero a la vez fascinante –más tarde supimos que un mismo rickshaw nos podía transportar en quince minutos a una Delhi moderna, rica, despampanante, más injusta todavía. La cara de mi compañera era un auténtico panorama, no concebía donde estaba, ni por qué motivo estaba allí, era un encontronazo total con unas expectativas que se venían abajo de forma fulgurante.

 El conductor del moto-rickshaw era corpulento, moreno, portaba un generoso bigote…, digamos que hablamos de la India. Sudaba, le veíamos dubitativo, comenzó a parar con cierta asiduidad; se bajaba del ‘vehículo’, se iba, regresaba. No entendíamos lo que pasaba. Volvía a arrancar, paraba, se iba, preguntaba, volvía, hacía ademán de preguntarnos algo, intuíamos que nos preguntaba si nos parecía bien que nos dejara en un hotel…, le decíamos que no, que no buscábamos un hotel para hospedarnos sino para encontrarnos con unos amigos. Comenzamos a sospechar, comenzamos a mirarle mal, a hablarle en un tono elevado cada vez que nos preguntaba algo. No le entendíamos, simplemente sospechábamos, creíamos que nos quería encajar en algún hotel donde él iba a percibir una comisión. Volvía a arrancar, paraba, se iba, preguntaba, volvía…, se secaba el sudor con un fular que colgaba de su cuello.Captura de pantalla 2013-02-04 a la(s) 21.46.19

 Hacía más de hora y media desde que habíamos abandonado el hotel y seguíamos en carretera, buscando un destino, perdidos en un inmenso estercolero, en un enjambre de ruido, motores, vacas y viandantes. Ya no le creíamos al conductor del moto-rickshaw, nos encarábamos con él, dudábamos de él.

 De pronto llegó a un punto, una calle grasienta, llena de pequeños establecimientos, cientos de personas pululando, vacas abriéndose camino entre la multitud, comiendo cartón, papel, asientos de bicicletas…, seguíamos sospechando del conductor, miramos hacia la fachada que se abría a nuestra derecha y vimos el letrero del hotel que buscábamos, habíamos llegado, habíamos encontrado a nuestros amigos, habíamos conseguido nuestro objetivo, el amparo de una pareja con quienes poder compartir estas primeras horas de un entorno hostil, duro, demoledor.

Captura de pantalla 2013-02-04 a la(s) 21.45.13

 El conductor del rickshaw se secaba el sudor, respiraba con intensidad, nos miraba por el retrovisor, no le entendíamos, tampoco sabíamos qué buscaba con la mirada. Como buenos turistas occidentales, comenzamos a pedirle la cuenta, a negociar el precio de un trayecto inacabable, entendiendo que debía ser superior a lo inicialmente negociado, tan complicado y largo había resultado llegar al destino. El seguía secándose el sudor. “No necesito más dinero. Sólo quiero una sonrisa de su mujer”! nos espetó. Había observado su cara, su sufrimiento, su desconfianza, había intuido su nerviosismo. Y sin embargo, quería una sonrisa suya, no su dinero.

Nos habíamos equivocado con la dirección del hotel, nosotros los occidentales que nunca nos equivocamos y que lo solucionamos todo metiendo la mano en el bolsillo. El conductor del moto-rickshaw encontró una aguja en un pajar, dio con un hotel entre un millón en una ciudad con un millón de calles y vericuetos. Preguntó y preguntó, se desgañitó, sudó, sufrió, y dio con el hotel que buscaban los turistas desconfiados. No quiso más dinero, solo una sonrisa.

Marca ‘país’


Construir una buena imagen de marca -hablamos en términos de reputación, prestigio…- puede llegar a costar toda una vida. Perderlo, tan solo unas horas o unos minutos… Y volver a recuperarlo, una eternidad, o nunca.

Imagen

Un último claro ejemplo de esto es la situación que esta viviendo la cabecera de El País estos últimos días. Y cuanto más empeño pone en corregir el error (‘Relato de un error de El País‘, y ‘Un tremendo error‘) más argumentos ofrece para la confusión y la crítica.

‘Foteros’


Fue bonito mientras duró, muy bonito…

El periodismo se muere. Lo siento por quienes discrepen de ello, pero se muere. Quedan periodistas, muy buenos algunos -pocos-, pero el periodismo se muere. En este proceso de lenta e imparable autodestrucción, van cayendo redacciones, van desmantelándose equipos de profesionales, van desapareciendo firmas en los encabezamientos de los artículos, y esta riada va arrastrando consigo además a una gran cantera de profesionales del fotoperiodismo, los ‘foteros’ –apelativo que uso con Captura de pantalla 2013-01-24 a la(s) 17.33.35cariño- están siendo engullidos por esta profunda depresión en la que se halla sometida la profesión periodística y las empresas periodísticas. Es decir, van desapareciendo también firmas en los pies de foto. No soy objetivo, ni puedo, ni quiero serlo, entre otras cosas porque hablo de muchos profesionales como la copa de un pino a los que he llegado a admirar y a apreciar personalmente, y porque me refiero a una actividad que admiro y me apasiona. Además, los ‘foteros’ han formado parte de mi vida profesional desde que empecé a dar mis primeros pasos como freelance o corresponsal en Barcelona. Cuando ejercía de periodista, siempre tenía al lado un ‘fotero’, no sé cómo se lo hacían pero siempre había uno al lado (¡)

Captura de pantalla 2013-01-24 a la(s) 17.31.24Siempre -excepciones las hay, of course!- me ha asombrado lo mal que los propios periodistas -con responsabilidades en los medios o no- han tratado históricamente a los fotoperiodistas, como si fueran de una clase inferior, como si fueran los peones de una supuesta obra que dirigíamos los periodistas, los supuestos ‘portavoces’ de la actualidad noticiosa, de una casta superior, aparentemente. Absurda estupidez! Siempre me sorprendía su situación. Profesionales que ponían su infraestructura –equipo fotográfico, vehículo…, con sus elevadas inversiones correspondientes- al servicio de empresas periodísticas que compensaban el trabajo de éstos a tanto la foto publicada –ya sé sí que muchos fueron regularizando y mejorando su situación contractual!-. Estas mismas empresas, sin embargo, no pedían a los redactores que fueran a la redacción con sus ordenadores –o con sus máquinas de escribir, ayer-. ’Foteros’, profesionales, en general, mal considerados y mal remunerados por los propios profesionales de las empresas periodísticas. Pero profesionales imprescindibles en el ejercicio de la profesión periodística en soporte papel. Muchos y grandes fotógrafos que han ilustrado una y mil informaciones periodísticas a lo largo de los años, convirtiendo –muchas veces- su trabajo en el reclamo principal e incluso único de atracción de la información. No recuerdo periódico alguno que no haya acompañado una información de cierta entidad sin una imagen ilustrativa del tema en cuestión. ‘Foteros’ con un archivo de imágenes Captura de pantalla 2013-01-24 a la(s) 17.36.36enorme que representan la historia reciente de un país. ¿Alguna idea para aprovechar y revalorizar esta inmensa base de imágenes?

Y siempre –también habrá excepciones, of course!- me ha sorprendido gratamente ver la química, la solidaridad y el compañerismo que en general se vive -o se vivía- entre los ‘foteros’, dispuestos siempre a -además de hacer bien su trabajo, en condiciones bastante peores que muchos periodistas- echarse un cable, a colaborar, a ser amigos; una clase de gente especial. Claro que sí, reitero que también habrá excepciones.

Los ‘foteros’ nos han dado muchas veces a los periodistas de cuello blanco y morro elevado -creo no incluirme entre estos pero es una constatación- un ejemplo de profesionalidad, de humildad, de sencillez, de buen rollo. Les he envidiado que se dejaran de chorradas, que les importara un pepino el medio al que representaban, que fueran amigos aunque les tocará darse una tunda de codazos para dar con la foto. Pero luego no tenían inconveniente en compartir su trabajo, su foto, con quien por diferentes circunstancias no había podido llegar a captarla. Los ‘foteros’ llegaban juntos y se iban juntos a las ruedas de prensa –cuando éstas se hacían y guardaban algún interés-, eran todos iguales. Tonterías las justas. Los periodistas se saludaban en función de las jerarquías, en función de los galones adquiridos por destreza profesional o por esas otras destrezas miserables que abundan en la profesión –que tiene también su mérito-. Pero los periodistas no compartían mucho, incluso se guardaban las preguntas para no compartir las respuestas con nadie más.

Captura de pantalla 2013-01-24 a la(s) 17.30.40

Hoy los medios han decidido que ya no necesitan ‘foteros’ profesionales, remunerados, reconocidos y respetados (Es verdad, pasa lo mismo con muchos periodistas, pero hoy toca dar cariño a los ‘foteros’). Su trabajo ya está al alcance de cualquiera, ha perdido valor. Y cada mes nos desayunamos con la caída en combate de algún colega. Cuantos kilómetros, cuántas carreras, cuanta pasión, cuanta ilusión, cuantos rollos de fotografía -carretes se les decía, ¿se acuerdan?-, cuantos gigas almacenados. El mundo actual los quiere retirar, les pide que se hagan a un lado, que ya no les necesita. Nada o poco extraño cuando leo hoy que ya vamos por los 6 millones de parados. Les pide que se reciclen, que se reinventen, que tiren de gran angular para otear el panorama con un poco de sosiego para luego intentar meter un tiro de zoom y descubrir el detalle de una nueva oportunidad. No va a ser fácil aprovechar el potencial del diafragma para clarificar el panorama en este momento, pero pocos profesionales del periodismo cargarán con tantas batallas y tanto ímpetu como los fotoperiodistas. En peores se han visto!

Un abrazo, troncos!

“¡Ya tu sabe!”


Hace unos días un buen amigo que he conocido recientemente en Cuba y que reside en Barcelona, me pedía que escribiera un post para un blog suyo para que explicara el motivo por el que yo había decidido poner mi granito de arena, una pequeña aportación económica, y convertirme en definitiva en uno de sus ‘mecenas’ para un proyecto de investigación que él pretendía llevar a cabo en el Parque de Collserolla en Barcelona, denominado «Biodiversidad Insecta Collserolla». Este amigo biólogo-escalador-soñador y muy buena gente, ha transitado pasillos nuevos y novedosos para la búsqueda de financiación, y participa en un proyecto llamado The #SciFund Challenge, que apuesta por buscar recursos económicos a través del fenómeno conocido como crowdfunding.

Bueno, el post que le remití es este que adjunto a continuación, bajo el título: «¡Ya tu sabe!»:

La ciencia es tozuda porque no para de abrir nuevos interrogantes. Algunos ponen todo su esfuerzo a disposición de la sociedad para intentar responder a dichas preguntas, sea en la disciplina que fuere, sabedores de que la conclusión de su trabajo no será el final del trayecto sino que se presentará con un nuevo signo de interrogación, y vuelta a empezar.

No es fácil interpretar la motivación que subyace a los impulsos que mueven a una persona a hacer algo. No cabe duda de que todo impulso esconde un significado. La decisión de contribuir humildemente, de una forma muy limitada e insuficiente, a que un buen amigo pueda construir los cimientos de un proyecto ilusionante es fruto de un impulso que no busca sino dar un pequeño empujón, compartir una ilusión, sumarte a un proyecto de una persona inquieta que ha decidido compartirlo con el mundo, con su gente, con las personas que todavía puedan tener un ápice de esperanza por construir algo diferente, algo que sea un poco mejor que lo que tenemos, que lo que vivimos, que lo que padecemos.

Detrás de ese impulso personal de quien suscribe estas líneas, hay una secuencia de imágenes, entrañables, cautivadoras, desgarradoras algunas: hay una lágrima que no se resiste, un sollozo por el dolor provocado por una escena aterradora contemplada desde la ventana de un vehículo, una realidad oculta y ocultada que acontece en el país que te engendró, en tu tierra madre –‘ama lurra’ dirían en mi tierra-, una imagen que rompe para siempre algo en tu interior…

Hay una mirada agradecida silenciosa, contenida, porque un desconocido al volante del vehículo en el que viajas decide hacer una breve escala en una localidad cualquiera de su ruta, que hubiera pasado desapercibida totalmente en su itinerario, porque intuye que ese punto es especial para uno de sus compañeros de viaje, igual de desconocido todavía, porque intuye que si no para en ese momento y en ese lugar quizá ese instante no se volverá a repetir nunca jamás…

Hay una imagen inédita de caminar por sendas angostas y húmedas contemplando la enorme riqueza del universo natural vivo que te rodea y que nunca bajo ningún concepto hubieras intuido si no fuera porque un individuo curioso y sensible se detiene a cada paso para descubrirte las enormes maravillas de la naturaleza…

Hay una imagen, imaginada esta, de unos jóvenes en los años 80 que buscaban trepar por las paredes escarpadas de los montes para encontrar un poco de luz, disfrutar, experimentar, arriesgar, vivir, sin más protección en los pies que la propia piel que los envuelve, fruto de las carencias propias del lugar y del momento; no había obstáculo posible que frenara la ilusión…

Hay una imagen del sentimiento que esconde una persona que ha buscado en un momento de su vida construir un futuro lejos de su lugar de origen, y su país, en lugar de compartir su ilusión, le recompensa con el castigo, cerrándole las puertas …

Hay una imagen reflejada en una expresión que recoge toda la química que puede generarse entre varias personas en unos pocos días inesperados o no previstos de convivencia: ‘¡Ya tu sabe!’ ¡Cuánto se puede decir con tan poco!

Hay una imagen de ilusión permanente, de búsqueda de nuevos horizontes que le lleva a uno a engalanarse en las cepas de los árboles del Parque de Collserolla, en lo alto de Barcelona, para investigar lo que pocos, muy pocos, perciben, sienten ni intuyen en el espacio urbano que hay a los pies del monte, un universo diminuto, una fauna tan variada como heterogénea de seres vivos que pasan desapercibidos para el común de los ciudadanos y que –parece ser- tienen un rol particular en el equilibrio del ecosistema natural.

La ausencia de calzado no fue inconveniente para que aquel joven trepara por las paredes de los mogotes cubanos, las dificultades económicas no parecen suponer inconveniente alguno para que este ‘joven’ siga resolviendo los interrogantes de la ciencia, para seguir dando forma a la ilusión, para conocer mejor el mundo en que vivimos, para protegerlo, para, a pesar de los pesares, seguir abrazando a este mundo tan apasionante…, y a este amigo tan impresionante.

NOTA: el contenido y sentido de este texto está ‘encriptado’, algo parecido a lo que sucede con la jerga científica, indescifrable toda ella habitualmente, y que sólo lo podrá ‘’desencriptar’ el destinatario del mismo y, cómo no, la exquisita persona que con su arrope y compañía le abraza en su vida…, ¡y que incluso es capaz de subirse a los árboles por él!

Iñaki

Igande arratsaldeko alprojak


Eta nola demontre heldu nintzen kazetaritzara? Askotan egin diot galdera hau nire buruari. Nire inguru hurbilean esku-lanarekin lotutako lanbideak besterik ez zeuden, izan iheltsero, arotz, baserritar edota fontanero. Ideiak, sentimenduak, pasarteak idatziz hedatuko zituen artisaurik ez zen agertzen inondik ere, idazten ez zekitenak ere gehiengo izango ziren segurutik. Kazetaritza lanbide arin gisa ulertuko zen, hau ere segurutik, alprojaz eta sasi-kontalariez jositako mundua izango zen nonbait nire ingurumarian, eskarmenturik gabeko pertsonen lanbidea, alegia.

Nire aitak ez zuen sekulan ikasi idazten, bere sindura botatzen ikusten nuen bakoitzean, ulertezina egiten zitzaidan, gorriak eta bi pasatzen zituen ‘José Antonio Gorostidi’ idazteko unean. Erraza zuen, ‘JAG’ edo hantzeko zerbait asmatu izan balu eta zirrimarrabatekin konpondu, baina garai hartan inork ez ei zion azaldu hori ere balekoa zenik, ez zuela bere izen abizen osoa idatzi beharrik. Aitortu behar ere harroa eta egoskorra bazela eta berarentzako umiliazio bat zela idazten jakin ez izanak eta are umiliazio handiagoa bere semeen aurrean itxura hori ematea. Ez zigun inoiz esan ez zekienik. Agerikoa denean hobe ez galdetzea.

Hori gutxi bazen, komunikazioa ez zen izan inoiz bere tresna erabiliena. Isiltasunean eraman zituen bere gogoetak eta buruhausteak. Begiradek gordetzen zituzten ahotik ateratzen ez ziren hitzak. Esaldi sinpleak agian baina aditza beti zuzen jarrita.

Ez zuen inoiz jakin izan bere semeetako batek -hau idazten ari den honek, alegia- zer lanbide aukeratu zuen, zer idatz zezakeen egunero eta nola ekar ahal zuen soldata duin bat etxera hilero. Ekarri beharko zuen, aspalditik ez baitzuen etxean dirurik eskatzen. Hura ere esku-lana zenik ezin zuen ukatu baina ez zuen asmatzen zer idazten zuen eta, are okerrago, zertarako.

Honekin adierazi nahi nuen kazetaritzak ez zuela inolako presentziarik gure inguruan. Jendeak beharrezko hori eta ez gehiago hitz egiten zuen, hitzak zentzu bakarra izan zezakeen, zerbait adieraztea, aginduren bat ematea, zerbait eskatzea, baina hitza ez zen denbora galtzen ibiltzeko, denbora galtzekorik ez baitzen.

Eta bazen hitz egiten nonbait denbora galtzen zuen horietako bat gure etxetik gertu, isiltzen ez zen horietakoa, guztien berri ei zekiena, bere ahotsa beti besteen aurretik entzuten zena. Harek goitizen ezinegokia zuen garai hartako, hots, ‘diariovasco’. Beraz, hitz egiteko jario berezia zuen bakarrenetakoari ‘diariovasco’ goitizena jarri zioten. Ez dut gogoan bere izena inoiz jakin izan dudan, baina nire herrian ‘diarovascok’ hitz egiten zuenean ez zen beste azalpenik eman beharrik. Hura izango zen ahozkotasun komunikazio giroa hartan herriko ‘korresponsala’, idatz makinik  eta mikrofono beharrik gabe.

Kazetaritzarekin dudan lehen enkontrua igande arratsaldetako Errealaren partiduen irratsaioak izango dira segurutik. Larogeigarren hamarkadaren hasiera izango zen, Errealak segidan bi liga txapelketa irabazi zituen garaia. Gogoan dut nire anaia zaharrenak soldaduskatik ekarritako berde koloreko irratia nola pizten nuen igande arratsaldez, Tito Irazusta esatariaren irratsaioak entzuteko, aita siestatik ez esnatzeko beldur. Eta litekeena da garai hartan  errealzale amorratua izatea, gaztetxoa eta kirolzale amorratua ere banintzenez. Futbolean eta esku pilotan txukun aritzen nintzen.

Baina bazen kirolzaletasuna ez zen beste zerbait irratira gerturatzen ninduena: batetik irrati esatariaren hitz jarioa, hura bai ez zela isilik egoten, eta isiltasuna nagusi zen inguru batean seguru nago atentzioa deitzen zidala. Eta bestalde, oso gogoan dut detaile bat: igande arratsaldetan izugarri aspertzen nintzen, zerbaitek ez zuen funtzionatzen nire haurtzaroko igande arratsaldetan, aspergarriak egiten baitzitzaizkidan, luzeak baino amaiezinak. Eta nik lanbide hartan ikusten nuen asperraldi hura ekiditeko irtenbide on bat: igandetan lan egiten badut zeregin bat izango dut eta, beraz, arratsaldea arin joango zait…, eta gainera, dirudienez, lanean gozatu egiten dute nire aitarentzat alfroja eta baxoerdiko kontalariak baino izango ez ziren esatariak.

Entrevistas políticas en la ‘nevera’


Hace ya muchos años que vengo diciendo que ya no sería capaz de hacer una entrevista a un político, por el distanciamiento que he tenido del periodismo político, por el distanciamiento que ha adoptado hacia las circunstancias sociales y políticas y, por qué no, por el distanciamiento que he tenido de la propia clase política. Digamos que me faltaría paciencia, mucha paciencia, para hacer entrevistas a un político –excepciones las habrá, entiendo-, que últimamente se asemejan cada vez más a las de los futbolistas. En definitiva, se resumiría en pura falta de interés.

Durante alrededor de 12 años realicé múltiples entrevistas políticas a diferentes representantes del panorama político en Euskadi y Catalunya. Alguna me tocó hacer en Madrid cuando, siendo redactor de El Mundo del País Vasco, me enviaron a entrevistar al entonces Ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, en las instalaciones de dicho Ministerio en un palacete de la Gran Vía madrileña, muy cerquita de la Audiencia Nacional. Recuerdo el titular que ‘firmé’ aquel día: “El PNV apunta, ETA mata”. No creo que fuera mi mejor entrevista en absoluto ni de lejos es de la que me siento más orgulloso. Pero el titular fue –cómo decirlo- una especie de ‘impuesto’ a pagar por aquella concesión del Sr. Oreja. Recuerdo que me tocó ‘compartir’  la entrevista con otro redactor del mismo medio, Fernando Garea, hoy periodista ‘estrella’ en El País,  porque la entrevista tenía doble perfil: una parte iba dirigida al tema vasco y la otra tenía más carácter nacional. Recuerdo también que le hice pasar un mal rato –a Garea- porque Mayor Oreja no nos concedía mucho tiempo, y yo iba envalentonado haciéndole preguntas que no casaban con las que se suponía, o él suponía, le debía hacer un periodista de El Mundo. O sea, preguntas un tanto sospechosas y, lo peor de todo, me estaba comiendo todo el tiempo que disponíamos.

Guardo con grato recuerdo una entrevista realizada con Xabier Arzalluz, que se publicó en portada en El Temps 48 horas después del asesinato, por parte de ETA, de Miguel Angel Blanco. La entrevista era potente, tenía mucho jugo y una carga en profundidad muy grande por parte de Arzalluz. No sirvió para nada, pasó desapercibida. La dimensión de lo sucedido fue tal que se comió la entrevista.

Guardo también con grato recuerdo la entrevista realizada a Gorka Agirre – fallecido el año pasado-, un dirigente político introvertido, discreto, nada locuaz y enemigo acérrimo de las entrevistas. Pero muy buena gente. Yo no sé si le caí bien o si es que consideró oportuna hacerla porque se trataba de un medio catalán. Otra pedazo entrevista, en la que Agirre realizaba declaraciones que hubieran tenido un impacto tremendo. No salieron a la luz. Nada más terminar la entrevista con Agirre, ETA asesinaba a Fernando Múgica. Horas después, con la entrevista transcrita y enviada a Catalunya, recibía una llamada de Agirre en la que me pedía por favor que no podía publicarse la entrevista, porque la circunstancias del momento le pondrían en un lugar delicado. La entrevista tenía que salir publicada porque la revista El Temps la tenía casi en máquina de impresión. Accedí a descafeinarla todo lo que él quiso. Aún y así, no quedó del todo satisfecho. Pero le salvé de una buena.

Guardo con recuerdo nada grato la entrevista que me concedió el entonces Presidente del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, Raúl González Zorrilla, quien me sometió a la mayor humillación que jamás he sentido como periodista: sus respuestas las dirigía a su secretaria, sin mirarme en ningún momento, quien las transcribía en su ordenador a una velocidad de espasmo, ésta le iba leyendo lo que su jefe le iba ‘cantando’, hasta que él se quedaba satisfecho. Y así una tras otra. Repito, siquiera me dirigía la mirada. Un auténtico imbécil. Así salí de su despacho con la entrevista transcrita y con una auténtica cara de bobo, con el compromiso de enviarle la entrevista maquetada para que él diera el último visto bueno. Aquella entrevista nunca se hubiera publicado si la decisión hubiera estado en mis manos. Se publicó aquel pedazo monumento a la vergüenza.

Guardo con no buen recuerdo una entrevista realizada al Lehendakari Ibarretxe, antes de acceder a dicho cargo, cuando era vicelehendakari y ya se le intuía venir. No hay nada peor que sentarte ante un entrevistado que no quiere estar en la entrevista, que no le interesa, que tiene prioridades mucho más importantes y que, en un acto de responsabilidad, accede por el mero hecho de que el periodista ya llevaba una hora esperando después de haber confirmado la cita. Las entrevistas que mal empiezan, mal acaban. Ni interesaba al entrevistado ni interesó al entrevistador. Puro trámite, juntar letras, ponerle titular y al carajo. Años después me tocó merodear por sus inmediaciones.

Guardo con cierto agrado la entrevista realizada a Aleix Vidal Quadra, a la sazón presidente del Partido Popular de Catalunya, luego defenestrado por los pasillo europeos y actualmente uno de los adalides de la derecha más rancia y cutre española. Yo era un principiante en la cosa y era el corresponsal de Egin en Barcelona cuando el amigo Urrusolo Sistiaga andaba pegando tiros y cargándose policías y luego se retiraba a su refugio en el camping de Castelldefels. Era corresponsal del susodicho medio, con todas las puertas cerradas y todas las etiquetas posibles colgando de la solapa. Nadie accedía a concederme una entrevista salvo la cuadrilla catalana, o sea los amigos de Catalunya Lliure, el MDT, etc. Y Vidal Quadras accedió, empujado por su jefe de prensa que había compartido mesa de trabajo conmigo en el Col.legi de Periodistes de Catalunya cuando era corresponsal de El Independiente, que duró asalto y medio. No tiene más historia aquella entrevista, la excepcionalidad de que en el año 90 un alto dirigente del PP concediera una entrevista al corresponsal de Egin. Pero sí recuerdo que tras una entrevista un tanto tensa y en la que trataba de buscarle las cosquillas y conseguir el gran titular, y en estas le vine a preguntar: ¿el Partido Popular es un partido nacionalista español?… Evidentemente la entrevista ya llevaba un rato de recorrido y mi intención era llevarle a ese terreno más o menos. Creía que lo tenía en el bote. La respuesta no se hizo esperar detrás de su voz ronca y característica. “No se equivoque, el Partido Popular es un partido nacional español”. ¡Qué buena! Y así me ganó la partida.

Cómo llegué a la comunicación científica


Mi acercamiento al mundo de la comunicación científica es, muy probablemente, un acto más propio de una osadía poco responsable hacia lo desconocido, que no algo premeditado y buscado por una supuesta inquietud profesional e intelectual.

Cuando ejercía el periodismo en términos convencionales, es decir ‘juntaba letras’ en revistas y diarios de Catalunya, Madrid y después en el País Vasco, nunca sentí atracción ni interés alguno por el periodismo científico, para qué queréis que os engañe.

Mi recorrido personal como periodista durante alrededor de 15 años, desde que empecé a hacer mis ‘pinitos’ mientras estudiaba la carrera de Ciencias de la Información en la Universidad Autónoma de Bellaterra (Barcelona), hasta que me pasé al bando de la comunicación corporativa, nunca tuvo ni siquiera un solo remilgo de interés por las cosas de la ciencia.

Pasé por la corresponsalía de varios medios vascos en Catalunya a la corresponsalía de una agencia de noticias norteamericana en Madrid, al mismísimo ‘coso taurino’ del periodismo político en Euskadi y múltiples colaboraciones mal remuneradas en otros tantos medios.

¡Oye, ni intuir esto de la ciencia! Me apasionaba el periodismo, no me importaba si éste debía versar sobre cuestiones políticas, sociales, culturales o –en menor medida- económicas. Nunca me crucé con nadie en el camino que me hiciera mirar siquiera de reojo al mundo de la ciencia.

Empecé a intuir que algo interesante se podía mover en estas aguas cuando veía la pasión y la vehemencia con la que, ya como responsable de comunicación del Departamento de Industria, Comercio y  Turismo de Gobierno Vasco,  el gran Joseba Jaureguizar –director de Tecnología a la sazón- nos presentaba en los consejos de dirección ampliados del departamento las grandes estrategias que en materia de las biociencias y las nanociencias se querían impulsar.

Recuerdo mi mirada atónita ante el discurso apasionado y convencido de nuestro ‘Kennedy’ particular cuanto circulaba cientos de transparencias desordenadas a velocidades endiabladas y nos decía que este país debía transitar por aquel camino. Recuerdo haberle amenazado con crear un club de fans exclusivo porque, además de tener un don y una impronta especial para presentar los proyectos, era el único convencido de que el futuro indicaba aquella dirección. La incredulidad de la ‘hinchada’ que le escuchaba era indescriptible. El panorama científico-tecnológico actual algo o mucho le debe a quien hoy es director de Tecnalia.

Años más tarde, ya en la empresa privada y con la decisión –ahora sí premeditada- de abandonar y no regresar bajo ningún concepto al ejercicio de la profesión periodística en el País Vasco, ante la tremenda decepción generada tras recorrer algunas de sus redacciones, resultó que las clases magistrales del gran Jaureguizar –creo que sin yo saberlo- habían causado mella en mí, y empecé a merodear las entidades científico tecnológicas con el objetivo de poner mi experiencia, como periodista y como responsable de comunicación en una institución pública, a su disposición.

Hasta aquí alguien puede intuir que mi aproximación era puramente coyuntural y motivada por intereses económico-comerciales.

Digamos que sabía algo de periodismo, algo de comunicación; nada, absolutamente nada de ciencia.

Pero la vida tiene estas cosas. Uno abre una puerta que le presenta un pasillo, abre otra puerta y le trae otro pasillo, y así hasta que de pronto se encuentra en un hall que ni intuía inicialmente y que le presenta unos matices atractivos y decide quedarse por allí aunque sea por una temporada.

Pero, si Jaureguizar contribuyó inicialmente a poner la semilla, a finales del año 2005, fue otra persona la que me abrió la puerta que me mostraba el pasillo de la comunicación científica, y esa persona es Alfonso Egaña, responsable financiero del Centro de Investigación en Biociencias, CIC  bioGUNE, quien confió en mi experiencia y me invitó a cruzar aquella puerta de la comunicación científica y quien, con una pasión y vehemencia similares a las de Jaureguizar, me empezó a desgranar las excelencias de este mundo. El hizo de puente para llegar a conocer a personas que conforman el panorama de la ciencia y la tecnología actualmente en el País Vasco: José María Mato, Manuel Martín Lomas, Félix Goñi, Carlos Luri, y un largo etc.

En esta última etapa, ya en GUK, y con el inestimable apoyo de mi colega Javier Urtasun (@urtasun), la ‘ola’ nos ha llevado a ‘especializarnos’ en comunicación científica. No sé si hacemos periodismo científico, creo que sí; pero sí sé seguro que hacemos comunicación científica, que ayudamos a las entidades científico-tecnológicas a definir su estrategia de comunicación más óptima, a difundir su actividad científica a través de los medios de comunicación convencionales y emergentes; que ayudamos a los investigadores a traducir su historia, su proyecto, y convertirlo en una historia periodística susceptible de generar interés informativo; que invertimos el tiempo que no tienen los periodistas para acercarles esas historias tan complejas de comprender de forma lo más accesible posible; que nos encargamos de construir la historia informativa que hay detrás de un ‘paper’ científico; que batallamos con los medios para que nos cuiden bien esas historias; que convencemos a los investigadores para hacer un esfuerzo y desencriptar su discurso…; que hacemos de puente entre científicos y medios para que unos y otros puedan encontrar puntos de encuentro, lo cual no está exento de un sinfín de frenos, desconfianzas, recelos y prejuicios.

Sabemos de periodismo, de comunicación…, y, ahora, creemos que sabemos cada día más de periodismo científico y de comunicación científica, del mundo tan sensible que le rodea, de su complejidad, de su gran proyección y atractivo. Tratamos para ello de incorporar un criterio de forma muy estricta: no mentir, no exagerar, no generar falsas expectativas…, e intentar dotar a la historia de un cierto interés periodístico. ¡Ahí es nada! Una historia bonita no se puede adulterar por un titular pomposo y apertura a cuatro columnas.

Y, además, hemos aprendido a disfrutar de este apasionante mundo de la comunicación científica, al cual hacemos frente con la mayor humildad posible pero con la determinación y la autoestima de que creemos que no se nos da del todo mal.

___________

Iñaki Gorostidi, periodista y director de GUK, empresa dedicada a la gestión de la comunicación de entidades científico-tecnológicas.

‘Poner el hombro’


Cuando a menudo me preguntan en mi entorno ‘original’ -familia, amistades- sobre mi actividad profesional, me resulta bastante complicado resumirlo en breves palabras y me lanzo por derroteros que por lo general no hacen sino enredar más la madeja y por lo tanto crear más confusión. Fruto de ello, es decir, de mi incapacidad para poner un título descriptivo y comprensible a mi trabajo, a ojos de mis interlocutores, resulta que las interpretaciones que escucho posteriormente son realmente curiosas. Nadie llega tan siquiera a pegar en el poste, el balón siempre sale despedido a la grada.
No ejerzo de psicólogo, pero entre otras muchas aptitudes para las que, parece ser, estamos dotados es la de ejercer de tales, ‘poner el hombro’, escuchar, dar cariño e intentar aportar alguna clave para resolver problemas puntuales sobre circunstancias ajenas a nuestro ejercicio de asesores de comunicación, que es realmente a lo que nos dedicamos y por lo que nos pagan.

Esta mañana he tenido una grata experiencia al respecto. Había sido convocado a una reunión/encuentro por una persona que trabaja en una entidad que contrata nuestros servicios de asesores de comunicación. Nuestra interpretación inmediata es la de que ésta cuenta con alguna novedad que puede resultar interesante en términos de comunicación y proyección pública, o tiene alguna necesidad también en este mismo ámbito. Sin embargo, una hora y media después, he salido con la sensación de que lo que tocaba era ‘poner el hombro’, escuchar sus reflexiones y compartir con él su preocupación por el devenir de los acontecimientos en su entidad, aspecto que provoca en él y su entorno más inmediato, incertidumbre, malestar, etc.

No tengo ‘tema’, es decir, no he salido con ningún proyecto concreto que pueda permitirne a final de año presentar a mi cliente unas credenciales bonitas que justifiquen su inversión. Y además el cliente en cuestión ni siquiera sabe que he dedicado una hora y media a ‘trabajar’ en su entidad con uno de sus profesionales.


La conversación ha sido muy agradable, un encuentro de esos que te dejan buena sensación por la talla humana del interlocutor y por la buena sensación que te deja que una persona con la que no tienes especial relación deposite en ti la confianza suficiente para compartitr sus preocupaciones e inquietudes. Pero, claro, no puede ser que uno en esos casos adopte la actitud displicente, de mera escucha y de asentimiento de todo lo que le cuentan. Uno debe buscar en su mochila argumentos basados en experiencias similares para intentar aportar algo a la conversación… y empezar a jercer de ‘psicólogo’.

El resúmen ha sido: problemas, el jefe lo hace mal, muy mal, sensación generalizada de malestar, estupor, atmósfera enrarecida…, los trabajadores -aparentemente- una piña, todos de acuerdo en el diagnóstico. Pregunta del psicólogo: ¿qué hacéis o estáis dispuestos a hacer para cambiar el sentido de las cosas? ¿Se puede hacer algo más allá de acomodarse en la crítica fácil?

Es decir, ¿hacemos autocrítica sobre nuestra parte de responsabilidad en el problema y nuestra parte de responsabilidad en la no solución del problema? ¿Hacemos realmente autocrítica antes de proceder a la crítica? ¿Podemos hacer algo para, desde una perspectiva inteligente, constructiva, seamos capaces de persuadir a nuestro interlocutor-jefe?

Y con estas preguntas uno no trata nunca de defender ni justicar el mal trabajo y la mala gestión de un responsable o director, simplemente intentas entender la complejidad de las situaciones, de los problemas y de la resolución de los mismos.

Pues eso, y nos dedicamos a la gestión de la comunicación.

Cuestión de ‘cariño’ periodístico


«En nuestro caso, toda la información se elabora en la redacción con criterios estrictamente informativos. La publicidad se gestiona desde un departamento ajeno a la redacción y los anunciantes ni intervienen ni conocen los contenidos que vamos a publicar».

“Así debe ser. La estricta separación entre publicidad e información es una regla de oro del periodismo de calidad”.

El primer entrecomillado corresponde a Vicente G. Olaya, responsable de los suplementos  especiales de El País. El segundo entrecomillado es la conclusión de la Defensora del Lector del mismo medio, Milagros Pérez Oliva, en el artículo “El mejor anuncio, una buena noticia”, publicado hoy domingo 6 de noviembre, en el que se reflexiona sobre el supuesto dominio de la mercadotecnia  en la agenda informativa de los medios, tomando como base la importante presencia de noticias sobre la empresa Apple en las últimas semanas.

Hemos de agradecer a la Defensora del Lector de El País por su inestimable esfuerzo en aportar claves para, desde la autocrítica interna en forma pública –porque es compartida con los lectores de dicho medio-, reflexionar y aportar argumentos teóricos muy interesantes sobre el ejercicio del periodismo en un contexto tan complejo y cambiante como el que estamos viviendo. La actitud del lector ya no es pasiva como antaño sino que tiene una vocación más activa para trasladar sus reflexiones, quejas y aportaciones de mejora ante los riesgos y amenazas que acechan al ejercicio de la profesión periodística, por ejemplo el que toma como base el artículo mencionado. Y hemos de agradecerle el trabajo que realiza dicha Defensora del Lector, aunque sólo sea porque es el único medio que ofrece esa plataforma para canalizar las críticas y sugerencias de sus lectores y quien incluso no tiene remilgos en asumir públicamente los errores o ‘patinazos’ de sus profesionales y, en definitiva, del medio en cuestión. Es decir, cuando toca se tira de las orejas en un ejercicio de autocrítica colectiva no muy habitual en la profesión.

Dicho todo esto, y coincidiendo con gran parte de los contenidos que plantea la Defensora del Lector –sobre todo, con el principal: “El mejor anuncio, una buena noticia”-,  uno advierte una cierta contradicción entre los dos entrecomillados que abren este artículo y la actividad cotidiana en los medios de comunicación. No ponemos en cuestión la credibilidad de las palabras de los profesionales de El País mencionados, pero tenemos la impresión de que la ‘perpetua sospecha’ existente sobre la cada vez mayor vinculación entre los departamentos de publicidad y las redacciones de los medios, tiene bases fundamentadas. Muchos tenemos la impresión de que la publicidad encubierta va copando las secciones de los medios como si se tratara de una mancha de aceite. Muchos días, especialmente los fines de semana, uno queda con la impresión de que nos meten goles por toda la escuadra, también en El País, y no sólo en la sección de Tecnología –como se dice en el artículo de la Defensora de este domingo- sino también por ejemplo en la de Economía o la Cultura, donde, por poner un ejemplo, los amigos de la ‘casa grande’ –léase Grupo Prisa- campan a sus anchas de una forma harto evidente y reiterada.

Una evidencia que, sin embargo, es negada taxativamente por los defensores de los principios que rigen la profesión periodística, como la propia Defensora del Lector de El País, que con razón no quieren permitir que las tentaciones de los departamentos financieros  y comerciales – qué no es sino la generación de nuevos recursos e ingresos económicos por vías hasta ahora no exploradas y que pueden entrar en colisión con los valores que sus propios estatutos de redacción promulgan- vayan ganando más terreno.

La profesión está muy jodida, digámoslo sin ambages. Las empresas periodísticas hacen aguas por todos los lados. Los nuevos soportes de información y comunicación han creado un marco de actuación que solo genera nuevas exigencias –más recursos, más rapidez, más inmediatez…- y no genera ingresos, ni tan siquiera se intuye la vía para generarlos. Ya se ha recortado todo lo recortable, se han descapitalizado las redacciones, se han jubilado los ‘jubilables’, y se sigue sin ver la luz al final del túnel. Algo de esto comentaba recientemente el periodista Pepe Cervera en un interesantísimo artículo titulado: “La crisis del periodismo es de producto”.

«La profesión está muy jodida, digámoslo sin ambages. Las empresas periodísticas hacen aguas por todos los lados. Los nuevos soportes de información y comunicación han creado un marco de actuación que solo genera nuevas exigencias –más recursos, más rapidez, más inmediatez…- y no genera ingresos, ni tan siquiera se intuye la vía para generarlos.»

Y todavía los defensores de los valores del periodismo más puro siguen sin reconocer que sus medios han tenido que reinventarse de cara a obtener nuevos ingresos, utilizando para ello fórmulas más o menos imaginativas, entre otras –mal que nos pese- perforando las paredes de las redacciones periodísticas con taladros bien grandes por parte de los responsables comerciales. Los responsables financieros exigen resultados a los responsables comerciales, o sea números, o sea ingresos; y éstos, que no son periodistas ni les importa un bledo el ‘abc’ de la profesión periodística, necesitan aproximarse cada vez más a la Redacción en busca de ‘cariño’, que no es sino tratar con ‘cariño’ a ciertos clientes-anunciantes… ¿O no es así?

No hace mucho varias responsables del departamento comercial de un medio de comunicación nos reconocían sin remilgos sus continuas visitas a la redacción en busca de ese ansiado ‘cariño’, así como su capacidad de persuasión con los responsables de alguna sección para ‘levantar’ –o sea, cargarse la noticia en ‘argot’ periodístico- alguna noticia – o sea, una información con un cierto interés informativo a tenor del periodista responsable de la sección- relacionada con alguna entidad que no mostraba especial ‘cariño’ publicitario. No será una actitud generalizada, pero no caigamos en el error de pensar que es una mera excepción.